sábado, 22 de septiembre de 2012

EL ESTAFADOR



El código penal peruano tipifica como delito de estafa a aquella conducta humana a través de la cual un sujeto, por medio de engaño  o artificio procura para sí o para un tercero un provecho patrimonial en perjuicio ajeno.
Si bien el estudio de las diversas clases de estafa que nuestro ordenamiento jurídico penal ha regulado resulta de gran importancia para la cultura jurídica del estudiante de derecho, lo que me interesa aquí es puntualizar y describir la personalidad de aquellos sujetos que, por decirlo de alguna manera, tienen en la realización de estafas su estilo de vida. Para poder indagar acerca de qué es lo que inclina y muchas veces determina a un hombre a vivir estafando no se deben tomar hechos completamente aislados del individuo estudiado, sino que se debe evaluar todo el conjunto de su existencia.
La personalidad del estafador tiene como un componente esencial al egoísmo. Ciertamente la persona egoísta vive por y para uno mismo,  pensando  únicamente en el bienestar propio, aunque con ello afecte a los demás. El estafador tiene su propio interés por en encima de cualquier valor y en su ruindad no tiene la más mínima piedad con nadie. Nada tiene más importancia que lo que a él lo beneficia materialmente. Así, su codicia deja todo de lado y generalmente con tal de ver logrado su propósito no considera ni valora la amistad ni los lazos familiares.
Como es de esperar ante el resto de la gente el estafador disimula totalmente. Él no deja traslucir esos componentes de su personalidad, y como si fuera poco, finge ser todo lo contrario. Este sujeto totalmente consciente vive una farsa con un único y firme objetivo: engañar a alguien para su beneficio material propio. Sirviéndose de la candidez, de la ingenuidad, de la inexperiencia o la necesidad de la persona a quien ha decidido estafar, este delincuente actúa acondicionando un adecuado escenario para que cuando las circunstancias sean propicias concrete su emboscada. Podría decirse que su modo habitual de existencia es vivir aparentando a la espera de conseguir incautos. Es así que, junto al ya mencionado egoísmo, aparece otra particularidad del estafador: la hipocresía.
El estafador se disfrazará mostrando diversas apariencias con el propósito de cubrir sus verdaderas intensiones. A menudo el embaucador  adopta el estándar de hombre simpático, afable, agradable, optimista, de actitud afectuosa. Se muestra como el clásico vendedor de ilusiones. Sin embargo, es un embustero. Algunas otras veces se manifiesta como el pobre tipo al que han perjudicado, al que le ha ido mal, al que nunca le ha favorecido la suerte. Finalmente cuando ha logrado que el inocente que lo escucha sienta lástima y compasión  por él, habrá ya caído en sus redes.  El estafador no parece ser ni la sombra de lo que es en realidad y por eso siempre termina embaucando al incauto.
El estafador no considera para nada el sufrimiento de quien va a defraudar. En realidad, para él el otro es un tonto que merece ser engañado. El mundo, piensa, es de los vivos y por sobre todas las cosas, él tiene que vivir. Si los otros son los tontos, él no se apiada de ellos, la culpa no es de él. El estafador es también un insensible.
El fraudulento habitual es el prototipo del cazador inhumano y desalmado, traidor agazapado, simulador artero, frío, calculador, ambicioso y vividor, ingrato, que más allá del ropaje con que disimule sus intensiones, peregrina por el mundo solo en función de captar pobres cándidos. Nada en su apariencia lo delata. Su doblez o duplicidad recién queda evidenciada después de consumada la estafa. Cual hábil ajedrecista, va ubicando sigilosamente y astutamente sus piezas hasta que, sin dar ninguna oportunidad de defensa, sorprende al ingenuo con un inesperado jaque mate: la estafa consumada.


Amy Samantha Chávez Sánchez
2do año “A” –Facultad de Derecho y Ciencias Políticas

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